lunes, 2 de febrero de 2015

EL SOBRE



Como era domingo, Marcos decidió ver la televisión, pero por más atención que le ponía a las escenas de guerra, el recuerdo de ese sobre daba vueltas en su cabeza. Probó con otros canales y con otros programas, animes y series misteriosas, pero su mente seguía enfocada en el sobre de marras. El podía salir a jugar con sus amigos de la cuadra, pero prefería quedarse allí, esperando a que la abuela salga de su dormitorio para que al fin leyera la dichosa carta que contenía el sobre, como si esa misiva, que no estaba dirigida a él, fuese la cosa más importante del mundo, el centro de su vida.

Con el pretexto de extraer algún bocadillo de la refrigeradora, Marcos entró y salió varias veces de la cocina, y cada vez que lo hacía, miraba el sobre que había dejado encima del microondas. Nunca había sentido esa misma curiosidad por ningún objeto, con esas ganas de palparlo, de olerlo, de abrirlo, de ver que hay en su interior, ni siquiera por los regalos de su cumpleaños ni de navidad. ¿Porqué le atraía tanto un pedazo de papel que apenas leído lo iban a guardar y olvidar en la oscuridad más profunda de cualquier cajón? Muy simple : por el misterio que lo rodeaba, ya que el sobre no llevaba remitente. ¿Quién sería el misterioso señor o señora que prefería permanecer en el anonimato? ¿Qué terribles noticias podía contener el fatídico mensaje?

Los minutos transcurrían con sutil desesperación, con oculta ansiedad. El movimiento universal se había detenido, el tiempo se había congelado. Todo volvería a la normalidad cuando la abuela leyera la carta, ella era la única que podía resolver la longeva incógnita de las pirámides, la mortal pregunta de la esfinge.

Al fin apareció ella, la viejita de la casa, jovial como siempre, muy oronda, lista para preparar un sabroso estofado, en ausencia de la madre de Marcos, quien todavía no regresaba de su turno de enfermera en el hospital. Al verla, lo primero que hizo el raudo Marcos fue alcanzarle el sobre con mucho entusiasmo, lo cual alegró aún más a la abuela, pues hacía mucho tiempo que no recibía noticias de la prima Eulalia quien se había mudado a la lejana Argentina.

La venerable mujer se colocó sus lentes de lectura y con un cuchillo de la cocina, abrió con mucha delicadeza el enigmático sobre. Luego pasó a la sala y se sentó en el sofá para leer cómodamente. Marcos sabía que leer una carta es un asunto privado y no debía entrometerse, por eso la observaba desde lejos, traduciendo cada gesto del vetusto rostro, esperando el desenlace, esperando lo peor, y tal como lo esperaba, así fue.

A medida que la sexagenaria avanzaba las líneas, la dulce y alegre expresión de su rostro fue cambiando hacia la seriedad, con mezcla de susto y desagrado. ¿Había muerto la tía Filomena, se había accidentado el tío Rodolfo? Quien sabe, pero de hecho se trataba de algo muy grave, pues sus frágiles manos comenzaron a temblar y su respiración se tornó dificultosa, cubriéndose la boca para evitar un grito lastimero que quedó reprimido en lo más profundo de su alma. Sus pequeños ojos se agigantaron y enrojecieron, como queriendo llorar. Su cabeza se movía de lado a lado como diciendo “NO” ante un hecho increíble. A duras penas se levantó del sofá para dar dos pasos, muy lentos y entrecortados, hasta que al fin cayó desmayada al suelo.

Marcos gritó con todas sus fuerzas pidiendo auxilio, y su padre vino corriendo como alma que lleva el diablo, quien al ver a su propia madre tirada en el piso, también lanzó un grito de horror que retumbó las paredes de la casa. Entre los dos la llevaron a su cama, y mientras que el señor llamaba por teléfono a una ambulancia, el chico aprovechó la distracción para tomar la carta que la abuela había dejado caer en la sala. Sólo tenía unos minutos para leerla, antes que su padre regresara. Se escondió en su habitación, y al leerla, descubrió la terrible noticia que había causado tanta conmoción, lo que nunca se hubiera imaginado, llenándose de pena por su abuela, de temor por su padre y de dudas e interrogantes por sí mismo, sintiendo un leve escalofrío, como si una funesta sombra se cerniera sobre la casa.

Era una carta escrita por el difunto abuelo, quien había muerto hace cinco años, víctima de un coma diabético, y tal parece que al depositarla en el correo, había dejado órdenes estrictas para entregarla en una fecha exacta, luego de su muerte, como si se tratase de una extraña herencia.

Estaba repleta de perdones y disculpas, de aclaraciones y explicaciones, pero sobre todo, de confesiones que guardaban cientos de detalles que Marcos trataba de comprender, y que se podían resumir en tan sólo dos palabras :  “SOY GAY”.

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Este relato fue creado en el Taller Literario de Epicentro, año 2013.

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