Mi amigo Cocky es un aventurero sexual igual que yo. Morboso, apasionado, imparable. Me tomó de sorpresa al enterarme que lo habían encarcelado por encontrarle medio kilo de cocaína en su departamento. Decidí visitarlo suponiendo que lo encontraría triste, pero no, al contrario, me asombré al verlo feliz en su nueva morada. Me contó que a los dos días de llegado ya tenía un caficho y se había convertido en la puta de los convictos - No me arrepiento de haber delinquido - me dijo – acá todos andan arrechos como burros - Efectivamente, miré a mi alrededor y el lugar estaba lleno de convictos negros, latinos y mulatos. Se podían escuchar acentos mexicanos, caribeños, sudamericanos. Todos eran hombres rudos, robustos y con prominente bulto entre las piernas. Cuando caminaba hacia la salida varios reclusos recorrieron todo mi cuerpo con la mirada, mientras se cogían el paquete con lujuria. A partir de ese momento yo también deseaba convertirme en la puta de una cárcel.
Primero, decidí a cual penal quería ir, y elegí el Sarita Colonia, ya que en un reportaje televisivo vi que en ese penal encarcelan a delincuentes de La Victoria, Barrios Altos y Callao, los más rudos del país, además de convictos extranjeros ya sean latinos, norteamericanos, europeos, asiáticos, y hasta africanos, más que nada por ser burriers. Además, en ese reportaje vi que allí también se organizaban campeonatos de físico culturismo, qué rico, a mí que me encantan los hombres musculosos. Luego, hice una investigación en las páginas legales de Internet para determinar qué tipo de delito debía cometer para ser sentenciado al menos por dos años. Averigüé también que debían encontrarme por lo menos con dos kilos de cocaína para que no tuviese derecho a ninguna apelación y el juicio fuese rápido y directo.
Finalmente me contacté con unos narcotraficantes a quienes convencí de que estaba desesperado por dinero. Les dije que haría cualquier cosa por plata sabiendo que iban a usarme de burrier, es decir, para que trate de meter un buen cargamento al país. Me enviaron a México y allí me dieron 3 kilos, más las instrucciones. Me envolvieron el cuerpo con unas bolsas aislantes que contenían la droga y me dijeron que trate de pasar con la mayor naturalidad posible. Los puestos de vigilancia en el aeropuerto de la ciudad de México los pasé sin ningún problema, allí estaba todo arreglado entre los narcos y las autoridades, pero apenas estuve en el avión empecé a preparar todo para que me atraparan en el aeropuerto Jorge Chávez. Fui al baño y agujereé las bolsas para que los perros policías pudiesen olfatear inmediatamente la droga. Apenas bajé del avión tres pastores alemanes se me tiraron encima. En menos de una hora estaba acusado por tráfico y posesión ilícita de estupefacientes.
Durante el tiempo que duró el juicio hice todo lo que pude para poner mi cuerpo a punto. No dejaba que me cayera nada de sol, ni siquiera durante la media hora en que me permitían salir al patio para caminar, pues quería que mi piel estuviese más blanca que nunca. Les pagaba a los guardias para que me pasaran de contrabando lociones humectantes con las cuales obtener una piel suavecita y provocativa. Y aunque soy lampiño, también conseguí cremas depilatorias para dejar peladitos mi rostro, mis axilas, mi ano y mis piernas. Hacía una hora de gimnasia todas las mañanas y a pesar que en varias ocasiones algunos de los guardias y otros procesados se me insinuaron, nunca dejé que me montaran porque quería que mi culo estuviese cerradito para los convictos del Sarita. Confieso que me asustaba la idea de que nunca me llevaran a juicio, ya que en este país la justicia es más lenta que una tortuga con muletas, pero finalmente me condenaron a dos años y medio de prisión y me trasladaron al penal esa misma tarde, inmediatamente después de dictarse la sentencia.
Todos me vieron llegar caminando por el patio central, junto con otros convictos. Claramente escuché varios silbidos y besitos, sabía muy bien que iban dirigidos a mí, lo cual me alegraba intensamente. Me asignaron una celda compartida con un pata delgado y flemático, con unos lentes tan gruesos que acusaban una gran miopía. Era un contador condenado a cuatro años por una gran estafa a la empresa donde trabajaba. Felizmente que no quería nada conmigo, pues no era mi tipo. Sin embargo, nos saludamos y me dijo que tuviera cuidado, que por mi aspecto bonito algunos convictos me molestarían y tratarían de abusar de mí. Sin querer, mi compañero de celda alentaba mi ego.
A la mañana siguiente, temblaba de ansiedad porque había llegado el gran día, pero me dominé y planeé cómo sería mi aparición ante los convictos en el almuerzo, pues tenía que asombrarlos y excitarlos. Como era verano, vestí una remera blanca y una coqueta truza rosada. Me apliqué bastante colonia en el cuello y en mis nalgas. Sabía que el suave aroma sumado a la imagen de frágil jovencito quebradito y blancón les provocaría. Luego del almuerzo fui al gimnasio donde había varios reclusos levantando pesas o haciendo planchas, bien sudados y desnudos de la cintura para arriba, vistiendo sólo pantalón buzo, truza deportiva o calzoncillos.
Casi todos eran musculosos, algunos bien marcados, otros con algo de pancita chelera. Algunos eran velludos, con las axilas bien pobladas, con bigote o barbita candado. Muchos estaban tatuados, algunos con cicatrices de cuchilladas. Me quité la remera quedando también con el torso desnudo e hice algunas flexiones de inclinación tocando mis pies, lo que permitía exhibir mi culo, ya que al inclinarme en ángulo de noventa grados la truza se me metía por en medio de las nalgas. Podía oler la testosterona en el ambiente., todos me miraban con ganas, y estando seguro de haberlos excitado, comenzaron a acercarse y rodearme. Yo sabía que todos los "nuevos" debían pasar por esa experiencia de "bautizo", o sea, de violación. Pero no iba a resistirme, haría lo que ellos quisieran.
Tres tipos enormes se abrieron paso entre los presentes y se plantaron frente a mí. El de en medio era el jefe, un colombiano con aspecto militar, pectorales bien abultados y unas piernas bien gruesas. Parecía ser el máximo "men" de ese penal, y sus fornidos guardaespaldas eran chalacos - Ven aquí perrita. Ven a darle placer a tu macho - me dijo llevándose groseramente la mano al bulto y mostrando una grotesca sonrisa con dos dientes de oro. Me acerqué lentamente y me arrodillé frente a él. Los convictos se sorprendieron, parece que estaban acostumbrados a que los "nuevos" se resistiesen, pero yo no.
Lentamente bajé su truza hasta el suelo y el la aventó al costado con el pie. La verga recién se le estaba parando. Cogió toscamente mi cabello y me levantó la cabeza. - Carne blanca, qué rico - murmuró con lascivia. Los demás convictos empezaron a arrecharse también. Podía sentir el olor de sus vergas que empezaban a pararse - Mámala - me ordenó. Lentamente fui acercando mis labios hasta su verga y la envolví con mucha ternura y suavidad, quería decirle con eso que lo respetaba como macho y que yo estaba allí para darle placer, para ser su perra. Comencé a arrecharme, creciendo mi bulto bajo la tela de mi truza. - Miren a la perra, chico!! - dijo un cubano - se le ha parao la pinga ... ¡Qué tal puta'e mierda, chico! - El colombiano dio un gemido de placer - Me la has puesto bien dura - me dijo, y entonces vi aparecer una verga impresionante, espectacularmente grande y gruesa, completamente surcada de venas que parecían palpitar mientras bombeaban sangre hasta el glande. Quería seguirla mamando pero él se colocó atrás mío, arrancándome la truza y dejándome completamente desnudo. Acto seguido me ordenó agacharme y trató de meterme un dedo ensalivado por el culo pero no pudo porque lo tenía bien ajustado ya que durante los tres meses que duró el juicio nadie me había comido y el ano se me había cerrado. - Qué rico - dijo - la tienes cerradita -. Este se daba su tiempo, pues no sólo llegó a meter un dedo, sino que también metió dos hasta dejarme el ano bien dilatado y totalmente dispuesto a recibir su gigantesca verga.
Entonces ordenó a uno de sus fornidos secuaces chalacos que se colocara delante mío para que se lo mamara a éste, mientras que el otro seguía vigilando. Su verga no era tan larga y gruesa como la del colombiano pero ahora sentía doble placer pues mientras yo se la mamaba al chalaco, el colombiano sobaba bien rico mi ano con su gigantesca verga y mi corazón palpitaba a mil por hora. ¡¡Quería que me la metiera ya!! - ¡What a bitch! - dijo un rubio norteamericano - ¡Vamos a chingarla! - dijo un mexicano - ¡Apurá che! - Dijo un argentino. Estas frases me pusieron más arrecho y empecé a mamar cada vez más rápido. De pronto el chalaco empezó a gemir fuerte y se vino en mi boca soltando chorro tras chorro de leche. Yo tragaba lo más rápido que podía pero la cantidad aumentaba y la leche se me chorreaba por la comisura de los labios - ¡Puta mare, qué rica mamada! - suspiró el chalaco - ni siquiera en los burdeles del Llauca hay putas que mamen así tan rico, carajo -.
El colombiano empezó a penetrarme mientras yo trataba de aflojar el culo para que entrara facilito. - ¡Espera un momento, cuate! - gritó el mexicano - Si te la montas primero al güero, la jodes, mano. Va a quedar muy abierta para nosotros pues'n - A lo que un venezolano agregó : - Cónchale vale, el charro tiene razón, deja que montemos primero al catiro - Pero el colocho respondió : - Ni cagando, ¡Esta perra es mía! – y siguió penetrándome.
De repente la sacó con fuerza, y era que alguien lo había empujado violentamente hacia un lado. Era un negro chinchano que parecía boxeador de peso pesado, uno de los más espectaculares que he visto en mi vida. - ¡¡ Eta perra toavía no e de naie. Si la quiere cachá, tiene que ganátela !! - Le dijo bien achorado mientras se abalanzaba sobre el colombiano. El otro chalaco quiso defenderlo con una chaveta pero el colocho le dijo : - Déjalo, este negro es mío, tú vigila que nadie se meta - Era una pelea limpia, sin armas punzo cortantes, sólo puñetazos y patadas. Tenía que ganar el más fuerte, el mejor peleador. Yo me sentía feliz y orgulloso de que dos hombrotes tan rudos y ricos se pelearan por ganarse mi culo, pero seguía en cuatro patas para que todos supieran que yo era solamente una perra arrecha y sumisa.
El negro estaba masacrando al colombiano, le daba golpe tras golpe al mejor estilo de box profesional, pero de pronto el colocho le plantó una patada entre los huevos que lo hizo agacharse del dolor. El colombiano aprovechó la oportunidad para descargar todo el peso de su cuerpo sobre la espalda del negro, el cual se desplomó en el piso y sin aliento. El colocho puso un pie sobre su oponente dando un grito de victoria. Luego cogió su cabello crespo y levantó su cabeza torciéndosela todo lo que pudo hacia atrás. - Si no tuviese aquí a la perra te montaría a tí, por pendejo, negro concha tu madre - le dijo estrellándole con fuerza la cabeza contra el piso. El negro quedó inconsciente mientras un hilo de sangre le salía por la nariz.
El colombiano se levantó y dirigiéndose a todos los demás mientras me señalaba les dijo : - A partir de este momento esta perra es mía. ¿Está claro, carajo? - La mayoría asintió con la cabeza, otros dieron un gruñido pero nadie se le enfrentó. Los chalacos se llevaron hacia una esquina al negro desmayado y el colombiano se me acercó lentamente. - Ya tienes dueño, perrita - me dijo mientras me acariciaba el culo.
El olor de su cuerpo sudado me puso todavía mas arrecho. Vi la sangre que salía de sus heridas y con mi lengua se las lamí lenta y sumisamente. El colombiano sonrió. - Así me gusta perrita, ya sabes cual es tu lugar - me dijo complacido. Alguien nos alcanzó una vasija con agua con la cual nos refrescamos. A una orden suya, los dos chalacos trajeron un colchón. Nos colocamos en pose de piernas al hombro y me escupió en el culo para lubricarlo nuevamente. Puso su verga en mi ojete y empezó a hacer presión. Yo empecé a gemir rogándole que me la meta. Me cogió de las caderas y de un solo empujón me la enterró hasta la mitad. Di un aullido de dolor. Los otros convictos nos miraban hipnotizados. - ¿Te dolió mucho? - me preguntó el colombiano con mucha ternura. Asentí con la cabeza. - ¿Quieres que la saque? - Me preguntó. - ¡No, por favor, no! - Le supliqué inmediatamente - ¡Quiero ser tu perra, quiero darte placer, para eso estoy aquí!
Se levantó un murmullo de aprobación entre los reclusos. Unos sonreían, otros se cogían los bultos y se los frotaban. El colombiano también sonrío, me cogió esta vez de los hombros y enterró el resto de su verga. Sentí que me empalaban. Nunca antes había tenido una verga tan grande, tan gruesa y tan dura dentro de mí. A cada momento sentía que iba a desmayarme pero el colombiano seguía embistiendo y jadeando como un animal. - La está rompiendo de verdad - comentaban los reclusos - La va a hacer mierda - Yo empecé a llorar de dolor y felicidad. El colombiano dio un alarido de placer y se le vino todito. Podía sentir como salían los chorros de semen de su verga. Al principio salía tanto que pensé que estaba meando dentro de mí pero luego me di cuenta que era un semental, que se le venía como un caballo, llenándome con su leche. Finalmente se desplomó sobre mí. Dio un gran resoplido y se quedó allí por un momento. La verga se le fue encogiendo y de repente salió con un rico ¡plop!.
Los convictos estaban arrechísimos, podía ver sus miradas de inaguantable deseo. El colombiano se incorporó y me cogió de la cabeza, la llevó hacia su pinga y ordenó : - ¡Limpia! -. Obedecí limpiando su verga fláccida con mi lengua y al ver esto algunos de los reclusos se bajaron los pantalones y empezaron a masturbarse.
El colombiano los recorrió con la mirada y sonriendo, les dijo : - Veinte soles para montarse a la perra ¿quién quiere? - Inmediatamente se levantaron varias manos. - ¿Incluye mamada? - preguntó uno - ¡Diez soles más por la mamada! - respondió el colombiano. - ¿En todas las poses? - Preguntó otro - ¡En todas! - volvió a responder mi adorado caficho - ¡Me apunto! - dijeron varios. Yo seguía lamiéndole la verga al colombiano mientras él empezó a apuntar en una libretita el orden en el que los reos me montarían. - La vas a pasar muy bien por acá, putita - me decía mientras me acariciaba la cabeza.
- Oiga jefe, primero yo, pe - Le dijo el otro chalaco, entonces el colombiano dejó que me cachara antes que nadie, haciéndolo en la pose del perrito. Apenas terminó éste, tenía la verga del grueso mulato cubano en la boca y la del mexicano bigotón en el culo, los cuales intercambiaban lugar, aprovechándome todo lo que podían. Sin embargo, el colombiano no dejaba que nadie me tratara mal ni que tampoco se demoraran más de quince minutos.
El colocho encendió un troncho y me lo puso en los labios. - Para que sientas como sienten las perras - me dijo. Aspiré profundamente, la mente se me bloqueó y me sentí la puta más realizada e internacional del mundo.
Esta vez un gigantesco y musculoso negro proveniente de Kenya, más espectacular que el chinchano y que no hablaba el castellano, me metía la pinga por la boca. Tenía una gran cantidad de esmegma entre el glande y el prepucio. Al sentir el sabor acre de su requesón empecé a salivar aún más y con mucha suavidad le froté con la lengua disolviendo y saboreando ese sabor rancio y penetrante. El africano giimió de placer.
Ahora le tocaba el turno a un turco, extraordinariamente velludo, lo que hizo erizar mi espalda. Era cejón, pestañoso y con barbita candado, características propias de su raza. Se demoró más de diez minutos en eyacular, y gemía tan fuerte que hizo reír a los presentes.
Sacó la verga y de inmediato fue reemplazado por el gringo norteamericano, que parecía uno de esos calatos ojiverdes que se ven en Internet. - I like your ass, wanna fuck you every day - Me susurraba sin entenderle nada - Don't worry baby, I've got money - El colombiano le otorgó cinco minutos más y luego fue reemplazado por un atlético mulato brasilero que se parecía bastante al jugador Romario. Qué rico sentía sus piernas de futbolista sobando mis nalgas.
Mi colombiano contaba los billetes y sonreía con sus dos dientes de oro. Mandó traer una agua mineral bien heladita para mí, luego volvió a poner el troncho en mis labios y me acarició el cabello. - ¿Quieres descansar un rato? - Me preguntó, pero le dije que no, que quería aprovechar el momento pues ahora sí tenía el ano bien abierto, dilatado y resbaloso - Sigue así putita - me dijo - conmigo nada malo te sucederá, ganarás buenas comisiones y terminarás siendo más rentable que traficar con cocaína - Yo sonreí y volví a aspirar del troncho profundamente, sintiéndome la más perra de las perras.
Mi colocho ordenó a uno de los chalacos traer una manguera, la conectó al caño y enviaba el chorro de agua hacia arriba, de tal manera que caía como si fuese lluvia, refrescando y alegrando a todos en el gimnasio.
Luego, con el dinero ganado, mandó traer una caja de chelas bien heladas, invitando sólo a los usuarios que me habían cachado. Todos estaban contentos, parecía una fiesta, una fiesta del sexo.
Mientras que tenía la boca y el culo ocupados, miré hacia atrás y pude ver que todavía había una cola de diez hombres robustos y semidesnudos esperando impacientes por penetrarme y ser mamados.
Había soñado tanto con este momento, lo había planeado todo hasta el más mínimo detalle. Finalmente estaba allí, donde quería y como quería : convertido en la perra de los convictos de una cárcel.
Luego de dos extenuantes horas, cuando acabó de cacharme el último cliente, ya era de noche, todos se habían ido a sus celdas y yo quedé exhausto, echado boca arriba en el colchón, como una puta al final de la jornada. Me sentía tan lleno de leche que hasta un hilo de semen salía de mi ano, el cual me ardía de tanta verga que había recibido.
Entonces el colombiano quiso complacerme como premio, ordenando a los dos chalacos que me besaran y acariciaran todo mi cuerpo, mientras que se masturbaban. Nunca había sentido algo así, dos bocas calientes de hombres recorriendo toda mi piel, sin penetrarme, sólo lamiéndome, mordiéndome, abrazándome, besándome, esto me hizo olvidar el cansancio y me puso arrechísimo. Al final, mientras uno succionaba mis tetillas, el otro lamía mi ano, y el colombiano aprovechó este momento para correrme, hasta el punto de venirme en una eyaculación tan fuerte que mis gemidos parecían gritos de auxilio, y los chalacos eyacularon sobre mí, bañándome totalmente con su semen caliente. Qué rico, qué satisfecho me sentí. Dulces correntadas de placer convulsionaban mi cuerpo, mientras que el sueño iba cerrando mis ojos ...
Desde entonces casi todos los días son iguales de arrechantes. Aún falta mucho para salir de esta prisión, que más bien parece un paraíso de sementales fogosos, pero si me porto mal, tal vez me quede más tiempo. Porque así, como van las cosas, yo ... ¡¡QUIERO CADENA PERPETUAAA!!.
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