Como era domingo, Marcos decidió ver la televisión, pero por más atención que le ponía a las escenas de guerra, el recuerdo de ese sobre daba vueltas en su cabeza. Probó con otros canales y con otros programas, animes y series misteriosas, pero su mente seguía enfocada en el sobre de marras. El podía salir a jugar con sus amigos de la cuadra, pero prefería quedarse allí, esperando a que la abuela salga de su dormitorio para que al fin leyera la dichosa carta que contenía el sobre, como si esa misiva, que no estaba dirigida a él, fuese la cosa más importante del mundo, el centro de su vida.
Con
el pretexto de extraer algún bocadillo de la refrigeradora, Marcos entró y
salió varias veces de la cocina, y cada vez que lo hacía, miraba el sobre que
había dejado encima del microondas. Nunca había sentido esa misma curiosidad
por ningún objeto, con esas ganas de palparlo, de olerlo, de abrirlo, de ver
que hay en su interior, ni siquiera por los regalos de su cumpleaños ni de
navidad. ¿Porqué le atraía tanto un pedazo de papel que apenas leído lo iban a
guardar y olvidar en la oscuridad más profunda de cualquier cajón? Muy simple :
por el misterio que lo rodeaba, ya que el sobre no llevaba remitente. ¿Quién
sería el misterioso señor o señora que prefería permanecer en el anonimato?
¿Qué terribles noticias podía contener el fatídico mensaje?
Los
minutos transcurrían con sutil desesperación, con oculta ansiedad. El
movimiento universal se había detenido, el tiempo se había congelado. Todo
volvería a la normalidad cuando la abuela leyera la carta, ella era la única
que podía resolver la longeva incógnita de las pirámides, la mortal pregunta de
la esfinge.
Al
fin apareció ella, la viejita de la casa, jovial como siempre, muy oronda, lista
para preparar un sabroso estofado, en ausencia de la madre de Marcos, quien
todavía no regresaba de su turno de enfermera en el hospital. Al verla, lo
primero que hizo el raudo Marcos fue alcanzarle el sobre con mucho entusiasmo, lo
cual alegró aún más a la abuela, pues hacía mucho tiempo que no recibía
noticias de la prima Eulalia quien se había mudado a la lejana Argentina.
La
venerable mujer se colocó sus lentes de lectura y con un cuchillo de la cocina,
abrió con mucha delicadeza el enigmático sobre. Luego pasó a la sala y se sentó
en el sofá para leer cómodamente. Marcos sabía que leer una carta es un asunto
privado y no debía entrometerse, por eso la observaba desde lejos, traduciendo
cada gesto del vetusto rostro, esperando el desenlace, esperando lo peor, y tal
como lo esperaba, así fue.
A
medida que la sexagenaria avanzaba las líneas, la dulce y alegre expresión de
su rostro fue cambiando hacia la seriedad, con mezcla de susto y desagrado. ¿Había
muerto la tía Filomena, se había accidentado el tío Rodolfo? Quien sabe, pero
de hecho se trataba de algo muy grave, pues sus frágiles manos comenzaron a
temblar y su respiración se tornó dificultosa, cubriéndose la boca para evitar
un grito lastimero que quedó reprimido en lo más profundo de su alma. Sus
pequeños ojos se agigantaron y enrojecieron, como queriendo llorar. Su cabeza
se movía de lado a lado como diciendo “NO” ante un hecho increíble. A duras
penas se levantó del sofá para dar dos pasos, muy lentos y entrecortados, hasta
que al fin cayó desmayada al suelo.
Marcos
gritó con todas sus fuerzas pidiendo auxilio, y su padre vino corriendo como
alma que lleva el diablo, quien al ver a su propia madre tirada en el piso,
también lanzó un grito de horror que retumbó las paredes de la casa. Entre los
dos la llevaron a su cama, y mientras que el señor llamaba por teléfono a una
ambulancia, el chico aprovechó la distracción para tomar la carta que la abuela
había dejado caer en la sala. Sólo tenía unos minutos para leerla, antes que su
padre regresara. Se escondió en su habitación, y al leerla, descubrió la
terrible noticia que había causado tanta conmoción, lo que nunca se hubiera
imaginado, llenándose de pena por su abuela, de temor por su padre y de dudas e
interrogantes por sí mismo, sintiendo un leve escalofrío, como si una funesta
sombra se cerniera sobre la casa.
Era
una carta escrita por el difunto abuelo, quien había muerto hace cinco años,
víctima de un coma diabético, y tal parece que al depositarla en el correo,
había dejado órdenes estrictas para entregarla en una fecha exacta, luego de su
muerte, como si se tratase de una extraña herencia.
Estaba
repleta de perdones y disculpas, de aclaraciones y explicaciones, pero sobre
todo, de confesiones que guardaban cientos de detalles que Marcos trataba de
comprender, y que se podían resumir en tan sólo dos palabras : “SOY GAY”.
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Este relato fue creado en el Taller Literario de Epicentro, año 2013.
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Este relato fue creado en el Taller Literario de Epicentro, año 2013.
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