jueves, 27 de agosto de 2009



Estimado lector, esto que voy a contar ... quizás no me lo creas ... pero debo hacerlo ... o me volveré loco ... o ya lo estoy ... de todos modos agradeceré tu comprensión ... gracias ...

Sucedió hace un año, cuando leí un aviso en la sección empleos solicitando los servicios de un ingeniero geólogo joven y recién egresado, para trabajar en un campamento petrolero situado en la selva amazónica. Llevé mi currículum a la dirección indicada, en donde me evaluaron mediante un examen, el cual aprobé satisfactoriamente gracias a mi dominio de informática.

A los cinco días estaba llegando al aeropuerto de Iquitos casi de noche, y debía esperar en el hotel hasta el día siguiente para que un helicóptero me llevase al campamento. Pero estaba tan entusiasmado que decidí alquilar una camioneta para llegar esa misma noche y quedar bien con mis nuevos jefes.

Mientras manejaba y devoraba una deliciosa hamburguesa, consulté el mapa de la zona y calculé que podría llegar en dos horas, pero a la mitad del viaje se desató una terrible tormenta. Frente a mí, un rayo partió en dos un árbol y al tratar de esquivarlo me salí completamente del camino. Por más que traté de acelerar hacia adelante o hacia atrás el auto no se movía, estaba atascado en el lodo y el maldito árbol obstruía el camino. Apagué el motor y provisto de una buena linterna, busqué un lugar seguro.
A lo lejos, los relámpagos iluminaban la silueta de una gran casona sumida en la oscuridad. Parecía que la tormenta había cortado la energía eléctrica, lo que le daba una lúgubre apariencia. Empapado hasta los calzoncillos, logré saltar la reja. Luego, llegué hasta el gran portón y golpeé varias veces con el pesado aldabón en forma de demonio.
El portón se abrió produciendo un escalofriante chirrido entre las bisagras. Apareció en el umbral un mayordomo viejo que parecía un cadáver y portaba una lámpara incandescente. Le dije : “Buenas noches, mi auto quedó atascado en el camino, si usted pudiera hacerme el favor de ...” Sin dejarme decir más, el sujeto se hizo a un costado y abrió más el portón, permitiéndome entrar y conduciéndome hasta un enorme salón repleto de preciosos candelabros encendidos y exquisitas antigüedades coloniales, quizás de la época de Orellana, descubridor del Amazonas – “Espere aquí un momento, avisaré a la señora” - me dijo, y esperé en el salón observando los muebles, las cortinas, los adornos, y sobre todo, los retratos familiares, entre los cuales se encontraba el de un joven muy apuesto, lo cual me llamó mucho la atención.
Luego, por las amplias escaleras bajó una señora sesentona y elegante, rechinando los escalones de madera y acompañada del mayordomo que me abrió la puerta. Entonces la saludé : “Buenas noches señora, disculpe la molestia, mi nombre es Lucio Avellaneda”. Conversamos acerca de mi accidente, y ella, muy amable, dijo : “Casi nunca tenemos visitas, pero podemos alojarlo hasta cuando usted lo crea necesario. En la mañana el intenso sol habrá secado el lodo, mis jardineros podrán desatascar su auto y usted podrá seguir su camino hacia el nuevo campamento petrolero que está a unos diez kilómetros. Por favor señor Farres, lleve a nuestro invitado al cuarto de huéspedes para que descanse”. Se despidió y la ví alejarse por la misma escalera, rumbo a sus aposentos.

El mayordomo Farres me llevó al segundo piso y me guió hasta el cuarto de huéspedes, el cual era muy amplio y bien cuidado. “Esa puerta es el closet del cual usted podrá escoger alguna pijama, y esa otra puerta es el baño, buenas noches y que descanse bien” me dijo, dejándome un candelabro para alumbrarme.
Coloqué mi ropa húmeda en una silla y me bañé en la tina llena de agua tibia. Luego abrí el closet : para mi sorpresa ví una gran variedad no sólo de pijamas, sino también de ternos, camisas y pantalones, pero decidí acostarme desnudo. Miré mi reloj, era casi la medianoche. Me acerqué a la ventana para cerrarla, pues el fuerte viento la golpeaba sin cesar y no me dejaba dormir. Entonces ví algo escalofriante : un relámpago iluminó un pequeño cementerio que se hallaba detrás de la casona, y ví la tétrica silueta de un hombre con ropa color guinda en medio de él. Cerré la ventana y salté a la cama para protegerme bajo las sábanas.
Temblando de miedo, traté de pensar en cosas agradables : estaba en una gran mansión a salvo de aquella tormenta, bañadito, acostado en una cómoda cama de dos plazas ¿qué más podía pedir? Pero me parecía extraño que la señora dijera que casi nunca recibían visitas, cuando esa habitación parecía estar en uso todo el tiempo. También me pareció una cortesía exagerada que el closet estuviera tan bien surtido de ropa sólo para satisfacer los requerimientos de algún huésped.
Mientras que pensaba en esos detalles, mis ojos se iban cerrando, cuando de repente, escuché ruido de pisadas, como si alguien estuviera dentro de la habitación. Asustado, abrí los ojos y miré alrededor. Las velas del candelabro proyectaban espeluznantes sombras que más parecían espantosos engendros del más allá.Súbitamente se abrió la ventana y un ventarrón apagó las velas, quedando la habitación completamente a oscuras ...
Un relámpago me dejó ver la silueta oscura de un hombre cerca de la cama, yo estaba aterrorizado. Otro relámpago iluminó su rostro : era el mismo que ví en el cuadro del salón. “No te asustes, soy Ramón, el hijo de la señora” me dijo, reponiéndome del susto. Estaba vestido con pijama de franjas azules, pantuflas y una bata de color ... guinda?.
Se disculpó por la intromisión. Le conté la razón por la cual estaba allí, y le dije que había visto a un hombre de su misma apariencia en medio del cementerio situado detrás de la casona. Ramón me dijo que había sido él mismo, pues mientras buscaba a su perro asustado por los truenos, se percató de la luz de mi candelabro y quería conocer al extraño que ocupaba el cuarto de huéspedes. Luego, confesó que temía a los truenos. “Yo también - le dije – por favor, acompáñame”. Ramón aceptó la invitación quitándose la bata, y al levantar la sábana, descubrió que yo estaba desnudo. “Es mi costumbre dormir así, sobre todo en climas cálidos como éste” le dije, entonces Ramón respondió a mi insinuación con un osado gesto : se quitó su pijama y se acostó desnudo junto a mí.
Nos abrazamos fuertemente, enredando nuestras lenguas en un fogoso beso que nos puso muy excitados, apretando nuestros cuerpos el uno contra el otro, bajo las protectoras sábanas que ocultaban nuestros húmedos atrevimientos en medio de la turbulenta noche. Exhaustos luego del sudoroso combate cuerpo a cuerpo, nos colocamos en posición fetal, pegaditos y dispuestos a dormir, mientras conversábamos de cosas triviales que cada vez le ponía menos atención a medida que avanzaba el sueño. La tormenta se fue apagando hasta reducirse a un silencio sepulcral. “Me gustaste desde el momento que leíste ese aviso” fue lo último que escuché de él antes de quedarme profundamente dormido.

Al día siguiente, el sol inundaba todo los rincones de la habitación, pero Ramón no estaba allí, tampoco en el baño. Curiosamente, dentro del closet estaba la pijama de franjas azules, las pantuflas con restos de lodo y la bata guinda, todavía húmeda. Me vestí y bajé al primer piso. Allí estaban el mayordomo Farres y la señora, con un suculento desayuno listo para mí.
Mientras lo tomaba, ella me dijo que sus jardineros habían desatascado mi camioneta y sacado el árbol caído del camino, por lo tanto podía partir cuando yo quisiera, a lo cual le pedí me despidiera de su hijo Ramón. Con un gesto de asombro me dijo que eso sería imposible pues éste no se encontraba en casa desde hace meses, además le sorprendía que yo lo conociera. Entonces señalé el retrato del joven apuesto en el salón, indicando que ése era a quien que yo había conocido la noche anterior. Ambos intercambiaron una mirada de intriga, como si supieran algo que yo ignoraba. Entonces la señora me pidió que la acompañase al cementerio detrás de la casona.
Habían varias tumbas pertenecientes a los ancestros familiares pero la señora señaló dos de ellas. “Esta es de mi difunto esposo y esta otra es de mi hijo”. Me acerqué para leer el epitafio, el cual decía "Ramón Salvatierra Fajardo. Nacido en 1975. Muerto en 2008. Descanse en paz". Sobre la inscripción, una imagen ... suya ... era él!! ... no lo podía creer, había hecho el amor con un muerto!!
Palidecí y sentí escalofríos. “Ramón murió de sida justamente en esa cama donde usted durmió anoche, desde entonces su espíritu ronda por la casa” me dijo su madre, mientras una lágrima corría por su mejilla.
Me sentí peor, quería alejarme de ese lugar, por lo que me despedí agradeciendo sus atenciones y me dirigí a la camioneta para llegar temprano al campamento. Durante el trayecto no podía manejar bien pues su imagen la tenía pegada en mi cerebro, me estaba volviendo loco.

En los días siguientes traté de que mi trabajo en el campamento fuera normal y eficiente. Aún así el médico a cargo me notó nervioso e inestable, aconsejándome que visitara a un psicólogo en el hospital regional. Pero allí conocí al doctor que había certificado la muerte de Ramón, verificando lo que me contó la señora.
Desde entonces, muchas dudas me han asaltado : ¿ella me dejó entrar a su casa y sobre todo a esa habitación para satisfacer los deseos carnales de su hijo? ¿porqué él mismo no me dijo la causa de su muerte? ¿acaso un fantasma puede transmitir esa enfermedad? ¿porqué Ramón me dijo que yo le había gustado desde aquel momento que yo había leído el aviso? ¿es que un fantasma puede conocer el destino de una persona? ¿él arregló nuestro encuentro causando aquella tormenta? Y lo que más me angustia : ¿hize el amor con un fantasma o con un muerto viviente ... o sólo fue un sueño? No, no pudo ser un sueño, ya que las pantuflas estaban con lodo y la bata estaba húmeda ... yo los ví con mis propios ojos!!!.

Estas dudas me seguirán atormentando por siempre, a menos que regrese a esa casona y aclare todo este misterio. Esa idea me asusta, pero al mismo tiempo, me tienta hacerlo, porque si regreso, sé que volveré a verlo, a gozarlo ... o mejor no regreso nunca y me quedo con la duda y con estas ganas locas de amar a un muerto. Dios mío, ¿qué debo hacer … ¡¡¡ ¿¿¿ QUÉ DEBO HACER ??? !!!

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