domingo, 30 de enero de 2011

Todo el planeta conoce la obra inmortal del dramaturgo inglés. Yo mismo he vivido el suspenso con “El Mercader de Venecia”, he alucinado con “Sueño de una Noche de Verano” y he reído a carcajadas con “La Comedia de las Equivocaciones”. También he visto algunas adaptaciones cinematográficas, como “La Fierecilla Domada”, “Romeo y Julieta” y alguna laureada ficción de época sobre su vida, que nos da una idea de cómo, cuándo y dónde se desarrolló su talento.
Y aunque sus escritos fueron concebidos como obras de teatro para ser actuadas, bien pueden leerse como novelas o relatos, que atrapan no sólo por sus argumentos bien elaborados, sino también por ese comprometido romanticismo que se manifiesta en su lenguaje florido, y en la fluidez de sus innumerables metáforas, lo cual lo convierte en un excelso poeta, sin serlo exactamente.

Pero hay una obra en particular que me intriga no sólo por su forma, sino también por el fondo, es más, por el fondo oculto. Se trata de “ROMEO Y JULIETA”, libro que se considera como la cúspide del romanticismo, ya que la historia de amor que allí se desarrolla, está llena de matices trágicos. Todos conocemos la triste historia. En una época donde todavía no existía la democracia, donde hombres y mujeres eran controlados por un arma poderosa llamada matrimonio, los novios y novias eran previamente seleccionados por los padres de familia. Por desgracia, Romeo y Julieta pertenecían a familias rivales que se odiaban a muerte, así que su amor era impensable, no se podía llevar a cabo, y sólo podía ser posible en la clandestinidad, en la marginación, en el exilio. Sin embargo, el destino les hace una mala jugada y terminan sus vidas con la conocida decisión final que los unió para siempre, más allá de la vida, enlutando no sólo a sus incomprensivas familias, sino a todos los lectores en el mundo que vibraron con esas páginas, durante cientos de generaciones.

Shakespeare se preocupó en analizar ciertos puntos críticos que caracterizaban a la sociedad monárquica y absolutista de aquel entonces : la negación de la libertad, el impedimento de elección y el abuso dentro de una cultura de la represión. Todo esto lo lleva a imaginar un amor entre dos jóvenes de ambos sexos, para oponerlo directamente al más frío y artificial invento creado por el ser humano : el matrimonio, herramienta útil destinada a trascender la prole y las herencias.

Lo más interesante es que, hasta la actualidad, el poder religioso condena el SUICIDIO, ya que, según la ideología cristiana, sólo Dios puede quitar la vida, por lo tanto, ninguna razón justifica la autónoma y deliberada elección de la muerte auto infringida. Bajo esta creencia, y sobre todo en la Inglaterra medieval, la iglesia excomulgaba y proscribía al suicida negando su entierro en el camposanto y expropiando la herencia a la familia sobreviviente. Luego, es fácil suponer que la iglesia podría haber condenado la APOLOGÍA del suicidio. Digo “podría” porque no hay registros de ello, pero la suposición es aceptable, del mismo modo que podemos imaginar las posibles apologías de la herejía y la brujería.
Esta suposición nos llevaría a catalogar “Romeo y Julieta” como una asolapada apología de la auto eliminación. Tal es así, que la obra no finaliza con un “vivieron felices para siempre” sino con los suicidios de ambos personajes, constituyendo el cierre de oro, la cereza del pastel, la cúspide de la deprimente construcción “romántica” elaborada por Mister William.

Al mismo tiempo, “Romeo y Julieta” podría ser una escritura de protesta que colocaría a Shakespeare en el mismo sitial que sus colegas Rabelais ( Gargantúa y Pantagruel ) y Johnattan Swift ( Los Viajes de Gulliver ), que en vez de dramatizar, satirizaron a la monarquía absoluta.
Esto nos lleva a una pregunta : ¿se pueden unir el suicidio y la protesta? Para responder, hagamos primero un pequeño recuento histórico del suicidio, el cual viene sucediendo desde que el ser humano lo es, en todas las latitudes y en todas las culturas. Obviando las clásicas causas psicológicas, económicas y enfermedades terminales, este tema se torna interesante cuando el suicidio es usado como INSTRUMENTO DE PROTESTA.

Ya en épocas modernas, por la década del 60, un joven budista vietnamita se roció gasolina a todo el cuerpo y se prendió fuego en una transitada calle de Saigon, en protesta por la opresión del gobierno contra el budismo, y muriendo en forma estoica. El ejemplo cundió por todo el mundo : Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, hasta la presente década. Desde entonces, los medios han acuñado el término “morir como Bonzo” ( del galicismo “Bonze” ) como una frase popular que indica el desprecio por la propia vida cuando ciertas causas negativas la superan y no se puede seguir más, pero aprovechando ese último minuto como un impactante mensaje que haga reflexionar y avergonzar a la sociedad.
Una película nos habla de esta triste y elaborada elección : “La Vida de David Gale”, protagonizada por el laureado Kevin Spacey, en la cual tres personas, entre ellos una mujer, están en contra de la pena de muerte, aduciendo que cabe la posibilidad que las cortes se equivoquen irreversiblemente al condenar a un ser humano. Para ello filman secretamente el suicidio de la mujer, con calculada apariencia de homicidio, y Spacey se deja culpar, con el objetivo de morir en la silla eléctrica. El tercer personaje se encarga de revelar el terrible secreto a los medios.

No opinaré sobre los suicidios colectivos de índole religiosa ( como en Guyana y Texas ), pero sin ir muy lejos, en nuestra sociedad latinoamericana somos testigos cotidianos de una modalidad suavizada del suicidio : LA HUELGA DE HAMBRE. Encadenarse a un barrote frente al congreso y no probar alimento en días hasta que surja la solución al reclamo, no es ningún juego, ya que sabemos muy bien cuáles son las consecuencias si comparamos con los enfermos terminales de Anorexia, o las terribles hambrunas en África, continente atacado constantemente por la sequías y las guerras inmisericordes. Culpar a la sociedad por la propia muerte programada, es un movilizador de conciencias que casi siempre da resultado.

Regresemos a “Romeo y Julieta”, los clásicos y ficticios amantes que no tuvieron elección, y que atrapados en un mundo sin libertades, su única libertad fue matarse por amor. Ellos no lo hicieron como protesta, pero el autor sí, ya que, una vez ubicada la problemática socio-política-religiosa de su época, le dio “solución” con algo prohibido por las autoridades religiosas, y además, bajo la apariencia de un colosal drama romántico, donde la habilidad retórica y el manejo de emociones, condujo a que su ácida crítica social, su apología del suicidio, fuera aceptada por la población cristiana, incluso hasta la actualidad.

Ahora, ¿porqué se suicidan las personas? Quizás esta pregunta rondó por la mente del ingenioso Shakespeare hace cientos de años, cuando se convirtió en el primer ser humano que propusiera el suicidio como instrumento de protesta.

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