¿Se acuerdan de mí? Soy Lucio Avellaneda. Sí, hace un año fui contratado para trabajar en un campamento en las afueras de Iquitos ( http://el-imaginante.blogspot.com/2009/08/esto-que-voy-contar-quizas-no-me-lo.html ) pero a mitad de camino terminé atascado frente a una lúgubre casona donde conocí a un tétrico mayordomo, a una misteriosa señora, y a … su hijo. Sí, se llamaba Ramón Salvatierra Fajardo. Recuerdo muy bien su nombre, porque estaba escrito en su tumba, sí señores, ¡¡¡ en su propia tumba!!!. Lo peor de todo es que la noche anterior hice el amor con él, y … me gustó … sí, ¡¡¡ me gustó hacer el amor con ese maldito del más allá !!!.
A mi me parecía increíble, tal vez una muy bien orquestada broma de mal gusto, pero lo verifiqué mediante el mismo doctor que, meses antes, había certificado su muerte.
No podía negarlo, no podía sacarlo de mi
mente, y a pesar que había transcurrido casi un año, ese maldito recuerdo me
estaba volviendo cada vez más loco. Mis jefes apreciaban mi eficiencia y
productividad, pero se percataron de mi nerviosismo y falta de concentración,
interpretándolos como síntomas de estrés, a causa del calor amazónico y la
presión del trabajo, así que decidieron no despedirme, sino más bien darme un
mes de descanso en una clínica de Iquitos, situada en una zona residencial muy
tranquila.
Estando allí, en medio de esa paz silenciosa,
creí que todo se arreglaría para mi maltratada mente, pero esos terribles
pensamientos no me abandonaban, así que tomé una decisión : tomar al toro por
las astas y resolver esto de una vez por todas. Sí, decidí regresar a esa
casona y descifrar el misterio, aclarar las cosas, y tal vez, reencontrarme con
Ramón.
Igual que la vez anterior, alquilé un auto y
tomé la carretera que me llevaba a aquel lúgubre lugar, pero esta vez de día,
no de noche, para que no me sorprenda ninguna tormenta.
Al llegar a la casona, me llevé una gran
sorpresa : estaba abandonada. Sí, todos los muebles estaban ocultos bajo polvorientas
sábanas blancas, mientras que sucias telarañas invadían las paredes. Los
candelabros de bronce y los grandes espejos ya no tenían la belleza de hace un
año, puesto que el moho cubría el antiguo brillo de sus maltratadas
superficies. Todas las habitaciones olían ha guardado, a soledad, sobre todo la
habitación donde Ramón me hizo suyo.
¿Dónde habían ido todos y porqué habían
abandonado tan imponente casona? La señora no era una anciana como para pensar
que había muerto, más bien creo que lo había abandonado todo. Quizás ya no soportaba
el atribulado clima, quizás la gigantesca construcción demandaba muchos
cuidados, quizás se cansó de vivir tan lejos de la ciudad, o lo peor de todo,
el recuerdo de la muerte de su hijo. Sí, seguro ésta sería la razón más válida,
puesto que todo estaba en su sitio, todo estaba tal cual lo dejé hace un año,
lo cual significaba que no se llevó nada, ya que no quería llevarse ningún
recuerdo. Algo así como empezar una nueva vida. Bien por la señora, pero
mientras que ella decía adiós y buscaba nuevos horizontes más tranquilos, yo
estaba allí queriendo regresar al pasado ¿Qué me sucedía?
Cansado de vagar por las fantasmales
habitaciones, decidí ir atrás de la casona, al pequeño cementerio donde estaba
enterrado Ramón. Efectivamente, allí seguía su tumba, con flores marchitas que
adornaban su descuidada lápida. El pasto demasiado crecido denunciaba el
también abandono del camposanto. Me encontraba en el lugar más apartado del
mundo, el más triste, el más trágico, donde los fantasmas te toman, te seducen
y ya no te sueltan. Quería llorar de impotencia, de dolor, porque ya no habría
nadie quien me explicara, quien me consolara, quien me sacara de esta prisión
emocional.
Estaba yo absorto en mis tortuosos
pensamientos, cuando escuché unos pasos. De inmediato volteé la mirada ¿la
señora había regresado? Me levanté y me dirigí al lugar de donde provenían los
pasos, en dirección al cerro contiguo al cementerio. Creí ver una sombra,
alguien desconocido. Lo llamé, pero no respondió, entonces lo seguí por la frondosa
maleza. Me sentí muy osado para hacer eso ¿quién era yo para seguir a alguien
que hasta podría ser un ladrón o un asesino? Pero la curiosidad me impulsaba a
seguirlo, y lo hice hasta encontrar la entrada a una antigua y abandonada mina.
No me extrañaba, allí todo estaba abandonado. La pregunta era ¿quién entró aquí
y porqué?
Seguí hasta el fondo de la mina, uso diez
metros, y parecía no haber nada más que piedras, herramientas oxidadas, y un
cajón conteniendo polvorientos cartuchos de dinamita. A un costado había una
madera grande, como una puerta; la moví hacia un lado, descubriendo una oscura
entrada. A pesar de la poca luz, pude ver que era una escalera de bajada, hecha
en la misma piedra. Me pregunto ¿hacia dónde conduciría?
Corrí hacia mi auto, de la maletera saqué una
linterna, y del cooler saqué una botella de agua bien helada.
Al regresar, bajé uno a uno los escalones,
bajé y bajé, sin medir el tiempo, hasta que me di cuenta que había pasado más
de una hora. ¿Cuántos escalones había bajado, cuántos metros había descendido?
¿Más de ochocientos escalones, más de doscientos metros, acaso el equivalente a
un moderno rascacielos? ¿Quién había construido esta escalera, y porqué? Con
estos extremos pensamientos me senté a descansar. El calor aumentaba a medida
que descendía, felizmente me quedaba la mitad del agua. Por un momento apagué
la linterna y noté que la oscuridad era profunda, total, más aún que una noche
sin estrellas, y además, sin el ruido de los grillos ni el viento. Pensé en
regresar, pero me parecía tonto hacerlo luego de haber invertido tanto tiempo y
esfuerzo; además, mi curiosidad era muy grande, de repente al final de esta
alucinante aventura estaría la respuesta a lo que estaba buscando.
Luego de otra hora, vislumbré a lo lejos una
diminuta luz, la cual anunciaba que allí lejos estaba el final de este oscuro
descenso. A medida que bajaba, la luz aumentaba de tamaño, y las paredes ya
comenzaban a iluminarse.
Casi una hora después, justo cuando las pilas
habían gastado toda su energía, me encontraba al final de la escalera y a la
entrada de una gigantesca caverna, repleta de pequeños incendios, como arbustos
quemándose. El calor era insoportable y el ambiente irrespirable, como si
oliera a azufre.
A lo lejos escuchaba voces humanas, y por cada
paso que avanzaba, las sentía más de cerca, como de quejidos, llantos, gritos,
lo cual indicaba que había gente sufriendo en esa maldita caverna, tal vez yo
podría ayudarlos.
¿Qué lugar era éste, acaso había llegado al
centro de la tierra, y alguien construyó dicha escalera como si fuera un acceso
directo y así guardar el secreto? Mejor hubieran construido un ascensor, porque
yo no iba a tener fuerzas para regresar subiendo esos dos mil escalones. En
fin, ya estaba allí, no estaba soñando, pero no tenía nada tecnológico con qué
registrar y probar mi hallazgo. Lamentaba no haber traído una filmadora, y ese
tipo de cosas que cargan los espeleólogos que investigan las profundas cavernas
del planeta. De todos modos, esto no parecía ser la respuesta a lo que yo
andaba buscando.
Avancé unos metros más y un tipo extraño se me
cruzó en el camino. Era alto, fornido y portaba un látigo. Vestía botas, truza
de cuero y puñeteras con tachuelas de metal, todo de color negro. Su rostro,
exageradamente maquillado, y su estrambótico peinado, lucían al estilo dark,
además de un piercing en el labio inferior. Este encuentro no sólo me asustó,
también parecía surrealista.
- ¡Tú no eres un muerto! - me dijo muy molesto
con una voz potente y monstruosa, rodeándome y observándome de pies a cabeza
como si yo fuese un bicho raro que había invadido su propiedad privada.
- ¿Quién eres, como has llegado hasta aquí?
¡Este lugar está prohibido a los vivos como tú! -
- Mi nombre es Lucio Avellaneda - respondí con
mucho temor - y sólo bajé por por curiosidad, luego que vi a un desconocido
bajar por esa larga escalera hecho en la misma piedra.
- ¿Lucio Avellaneda? … mmm … me suena ese
nombre, creo que tú y yo nos conocemos – me dijo cambiando su semblante de
colérico a sonriente.
Traté de imaginarlo sin tanto maquillaje y sin
ese horrendo peinado, entonces me atreví a decir :
- ¿Eres tú … Ramón? -
El loco que tenía frente a mí descargó una
gran risotada y exclamó :
- ¡Así es, pequeño visitante!, yo era Ramón
Fajardo Salvatierra, ahora soy Ramonais, hijo de las tinieblas, el desconocido
que viste bajar. Y ya me acordé, tú eres el cabro imbécil que me comí una noche, en
mi propia casa, en mi propia cama ¡ JA JA JA ¡ … Y es por eso que estás aquí,
has venido por más, sí, por más!!! -
Dicho esto, corrí hacia la entrada, pero Ramón,
o mejor dicho, Ramonais, me atrapó por los pies con su látigo, arrastrándome hacia
el fondo de la caverna, donde se escuchaban los llantos y los gritos desgarradores
con más intensidad.
- ¿Y esas voces, esos quejidos, de quienes son?
– pregunté temblando de miedo.
- ¡Esas voces son de los muertos que fueron
juzgados y enviados aquí, a sufrir crueles tormentos por toda la eternidad!
Ninguno puede salir de aquí, todos están condenados a penar en esta inmensa y
bella mazmorra! -
En efecto, a lo lejos vi una laguna de lava
ardiente donde varios demonios torturaban a los muertos, tirándolos al fuego,
violándolos o dándoles latigazos. Todos estaban desnudos, con la piel
desgarrada y algunos estaban mutilados. Era una escena dantesca, una pesadilla
en la cual yo estaba envuelto. Me arrepentí de mi debilidad, de mi curiosidad,
sólo deseaba escapar de allí.
- ¿Y cómo tú sí puedes salir, si también eres un
muerto? – pregunté.
- ¡Silencio, insignificante gusano! Yo sí
puedo salir porque soy uno de los escogidos por mi líder y maestro –
- ¿Líder y maestro, quien es tu líder y
maestro? –
- ¿No lo sabes? Pues, el eterno, el
todopoderoso, al que todos adoran y rinden pleitesía ¡ JA JA JA ¡ -
No podía creerlo, ahora ya sabía dónde me
encontraba y con quien estaba tratando. Este no era el Ramón que yo conocí y de
quien creí estar enamorado, era más bien un demonio, un espeluznante engendro
poseído por el mal.
- Ya basta de preguntas insolente enano … ¡¡¡
CREIGEN !!! – gritó a todo pulmón, y a los pocos segundos apareció otro tipo
similar a Ramón, con la misma facha de loco maleante.
- ¿Y ésta sabandija quién es? – preguntó el
tal Creigen, a lo que Ramonais respondió – Es una de las tantas mariconas que
me he comido allá afuera ¡ JA JA JA ¡ - se rieron los dos.
- ¿Eso es lo que soy para ti, una comida, una
aventura, un deshecho? - reclamé.
- ¡Peor que eso, eres un pedazo de basura
maloliente! – me dijo tomándome del cabello - Cada vez que salgo de este antro lo
hago para seducir, violar o asesinar a quien sea, y no me importa cuanto daño
cause. Es parte del trato firmado con mi señor y mi dueño, y tú no eres la
excepción – yo sabía a quién se refería.
- ¡Y ahora basta de charla, tú has venido por
más y te daré el gusto, pedazo de basura! –
Entre los dos me sujetaron, eran tan fuertes
que no podía zafarme, así que me encadenaron de pie, colgando del techo, y me
arrancaron toda la ropa para darme despiadados latigazos, desde todos los
ángulos, riendo como locos desenfrenados. Cada latigazo era como un choque de
electricidad que me quemaba y me hacía gritar de dolor, pero que a ellos
satisfacía y excitaba aún más, viendo correr tanto mi sangre como mis lágrimas
en medio de mi desnuda impotencia, como si fuese una piñata a la que se le
puede golpear antojadizamente.
- Ya tengo ganas – dio Ramonais – Yo también –
agregó Creigen.
Arrojaron sus látigos y estando yo casi
desmayado, sentí cómo Creigen me sodomizaba con violencia, sin lubricante. El
dolor y el ardor era terrible, además, su pene lo sentía más grande de lo
normal, mucho más grande, como si creciera sin parar, y por ello me estaba
desgarrando por dentro, lo que hacía más insoportable aún cada arremetida. Al
mismo tiempo, Ramonais introducía su enorme lengua dentro de mi garganta, como
si fuera una malvada anaconda entrando por mi faringe hasta invadir mi estómago.
Me asfixiaba, me sentía morir, cuando Ramonais dijo :
- Ya me aburrí, amarrémoslo al potro de los
tormentos y extraigamos sus órganos -
Me desencadenaron, ésa era mi oportunidad, así
que agarré una piedra del suelo y les propiné un gran golpe en la cara, tan fuerte
que cayeron desmayados al suelo. Les hubiera partido el cráneo, pero hubiera
sido inútil, ya estaban muertos, así que aproveché ese desmayo para correr hacia
la escalera.
A pesar que ya no tenía fuerzas, subí y subí
cada peldaño durante horas, en medio de la total oscuridad. A lo lejos
escuchaba la voz de Ramonais gritándome :
- ¡¡¡ Maldito maricón de mierda, te buscaré y
te encontraré, lo juro por mi señor que te encontraré maldita basura !!! – ¿Me
estaba siguiendo, también él subía las escaleras? No sé, yo sólo subía y subía.
Cuando llegué a la mina abandonada, vi que
afuera estaba iluminado, o sea que había estado allí abajo como un día entero.
Me acordé de aquel cajón con dinamita, así que a duras penas corrí a mi auto y
de la guantera saqué un encendedor. Volví a la mina, coloqué el cajón en el
segundo escalón y encendí un cartucho. Salí de allí cojeando, lo más rápido
posible, y al llegar a mi auto, escuché la tremenda explosión. Vi como la mina
se derrumbaba, la entrada había quedado sellada.
Ya no me sentía en peligro, así que
tranquilamente saqué una muda de ropa de la maletera y me senté en mi auto. Por
fin podía descansar, con ganas de dormir, pero no debía hacerlo, debía alejarme
cuanto antes de este fatídico lugar repleto de horribles recuerdos.
De vuelta en la carretera, me sentía liberado
de aquel estúpido sentimiento que me acarreó tanto problema, sin embargo, lo
primero que debía hacer es ir a un hospital para curarme todas las heridas,
aunque la herida principal, la de mi alma, demorará mucho tiempo en curarse. Sé
que no será fácil olvidar toda esta increíble y horrenda experiencia, pero el
tiempo me ayudará, el tiempo lo cura todo.
Ya puedo respirar tranquilo, ya puedo ver
claramente el horizonte. Pondré en orden mi vida, regresaré a la clínica para cumplir
con mi descanso pactado, lo necesito, y pediré disculpas a mis jefes,
prometiendo que en adelante todo será normal, viento en popa.
Y como ya aprendí la lección, no volveré a
cometer el mismo error ni nada parecido. Seré lo más bueno que pueda ser para
ganarme el cielo y nunca más regresar a ese espeluznante lugar ¡ Lo juro ¡
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