martes, 31 de enero de 2012


¿Se acuerdan de mí? Soy Lucio Avellaneda. Sí, hace un año fui contratado para trabajar en un campamento en las afueras de Iquitos ( http://el-imaginante.blogspot.com/2009/08/esto-que-voy-contar-quizas-no-me-lo.html ) pero a mitad de camino terminé atascado frente a una lúgubre casona donde conocí a un tétrico mayordomo, a una misteriosa señora, y a … su hijo. Sí, se llamaba Ramón Salvatierra Fajardo. Recuerdo muy bien su nombre, porque estaba escrito en su tumba, sí señores, ¡¡¡ en su propia tumba!!!. Lo peor de todo es que la noche anterior hice el amor con él, y … me gustó … sí, ¡¡¡ me gustó hacer el amor con ese maldito del más allá !!!.
A mi me parecía increíble, tal vez una muy bien orquestada broma de mal gusto, pero lo verifiqué mediante el mismo doctor que, meses antes, había certificado su muerte.
 
No podía negarlo, no podía sacarlo de mi mente, y a pesar que había transcurrido casi un año, ese maldito recuerdo me estaba volviendo cada vez más loco. Mis jefes apreciaban mi eficiencia y productividad, pero se percataron de mi nerviosismo y falta de concentración, interpretándolos como síntomas de estrés, a causa del calor amazónico y la presión del trabajo, así que decidieron no despedirme, sino más bien darme un mes de descanso en una clínica de Iquitos, situada en una zona residencial muy tranquila.
Estando allí, en medio de esa paz silenciosa, creí que todo se arreglaría para mi maltratada mente, pero esos terribles pensamientos no me abandonaban, así que tomé una decisión : tomar al toro por las astas y resolver esto de una vez por todas. Sí, decidí regresar a esa casona y descifrar el misterio, aclarar las cosas, y tal vez, reencontrarme con Ramón.
 
Igual que la vez anterior, alquilé un auto y tomé la carretera que me llevaba a aquel lúgubre lugar, pero esta vez de día, no de noche, para que no me sorprenda ninguna tormenta.
Al llegar a la casona, me llevé una gran sorpresa : estaba abandonada. Sí, todos los muebles estaban ocultos bajo polvorientas sábanas blancas, mientras que sucias telarañas invadían las paredes. Los candelabros de bronce y los grandes espejos ya no tenían la belleza de hace un año, puesto que el moho cubría el antiguo brillo de sus maltratadas superficies. Todas las habitaciones olían ha guardado, a soledad, sobre todo la habitación donde Ramón me hizo suyo.
 
¿Dónde habían ido todos y porqué habían abandonado tan imponente casona? La señora no era una anciana como para pensar que había muerto, más bien creo que lo había abandonado todo. Quizás ya no soportaba el atribulado clima, quizás la gigantesca construcción demandaba muchos cuidados, quizás se cansó de vivir tan lejos de la ciudad, o lo peor de todo, el recuerdo de la muerte de su hijo. Sí, seguro ésta sería la razón más válida, puesto que todo estaba en su sitio, todo estaba tal cual lo dejé hace un año, lo cual significaba que no se llevó nada, ya que no quería llevarse ningún recuerdo. Algo así como empezar una nueva vida. Bien por la señora, pero mientras que ella decía adiós y buscaba nuevos horizontes más tranquilos, yo estaba allí queriendo regresar al pasado ¿Qué me sucedía?
 
Cansado de vagar por las fantasmales habitaciones, decidí ir atrás de la casona, al pequeño cementerio donde estaba enterrado Ramón. Efectivamente, allí seguía su tumba, con flores marchitas que adornaban su descuidada lápida. El pasto demasiado crecido denunciaba el también abandono del camposanto. Me encontraba en el lugar más apartado del mundo, el más triste, el más trágico, donde los fantasmas te toman, te seducen y ya no te sueltan. Quería llorar de impotencia, de dolor, porque ya no habría nadie quien me explicara, quien me consolara, quien me sacara de esta prisión emocional.
 
Estaba yo absorto en mis tortuosos pensamientos, cuando escuché unos pasos. De inmediato volteé la mirada ¿la señora había regresado? Me levanté y me dirigí al lugar de donde provenían los pasos, en dirección al cerro contiguo al cementerio. Creí ver una sombra, alguien desconocido. Lo llamé, pero no respondió, entonces lo seguí por la frondosa maleza. Me sentí muy osado para hacer eso ¿quién era yo para seguir a alguien que hasta podría ser un ladrón o un asesino? Pero la curiosidad me impulsaba a seguirlo, y lo hice hasta encontrar la entrada a una antigua y abandonada mina. No me extrañaba, allí todo estaba abandonado. La pregunta era ¿quién entró aquí y porqué?
 
Seguí hasta el fondo de la mina, uso diez metros, y parecía no haber nada más que piedras, herramientas oxidadas, y un cajón conteniendo polvorientos cartuchos de dinamita. A un costado había una madera grande, como una puerta; la moví hacia un lado, descubriendo una oscura entrada. A pesar de la poca luz, pude ver que era una escalera de bajada, hecha en la misma piedra. Me pregunto ¿hacia dónde conduciría?
Corrí hacia mi auto, de la maletera saqué una linterna, y del cooler saqué una botella de agua bien helada.
 
Al regresar, bajé uno a uno los escalones, bajé y bajé, sin medir el tiempo, hasta que me di cuenta que había pasado más de una hora. ¿Cuántos escalones había bajado, cuántos metros había descendido? ¿Más de ochocientos escalones, más de doscientos metros, acaso el equivalente a un moderno rascacielos? ¿Quién había construido esta escalera, y porqué? Con estos extremos pensamientos me senté a descansar. El calor aumentaba a medida que descendía, felizmente me quedaba la mitad del agua. Por un momento apagué la linterna y noté que la oscuridad era profunda, total, más aún que una noche sin estrellas, y además, sin el ruido de los grillos ni el viento. Pensé en regresar, pero me parecía tonto hacerlo luego de haber invertido tanto tiempo y esfuerzo; además, mi curiosidad era muy grande, de repente al final de esta alucinante aventura estaría la respuesta a lo que estaba buscando.
 
Luego de otra hora, vislumbré a lo lejos una diminuta luz, la cual anunciaba que allí lejos estaba el final de este oscuro descenso. A medida que bajaba, la luz aumentaba de tamaño, y las paredes ya comenzaban a iluminarse.
Casi una hora después, justo cuando las pilas habían gastado toda su energía, me encontraba al final de la escalera y a la entrada de una gigantesca caverna, repleta de pequeños incendios, como arbustos quemándose. El calor era insoportable y el ambiente irrespirable, como si oliera a azufre.
A lo lejos escuchaba voces humanas, y por cada paso que avanzaba, las sentía más de cerca, como de quejidos, llantos, gritos, lo cual indicaba que había gente sufriendo en esa maldita caverna, tal vez yo podría ayudarlos.
 
¿Qué lugar era éste, acaso había llegado al centro de la tierra, y alguien construyó dicha escalera como si fuera un acceso directo y así guardar el secreto? Mejor hubieran construido un ascensor, porque yo no iba a tener fuerzas para regresar subiendo esos dos mil escalones. En fin, ya estaba allí, no estaba soñando, pero no tenía nada tecnológico con qué registrar y probar mi hallazgo. Lamentaba no haber traído una filmadora, y ese tipo de cosas que cargan los espeleólogos que investigan las profundas cavernas del planeta. De todos modos, esto no parecía ser la respuesta a lo que yo andaba buscando.
 
Avancé unos metros más y un tipo extraño se me cruzó en el camino. Era alto, fornido y portaba un látigo. Vestía botas, truza de cuero y puñeteras con tachuelas de metal, todo de color negro. Su rostro, exageradamente maquillado, y su estrambótico peinado, lucían al estilo dark, además de un piercing en el labio inferior. Este encuentro no sólo me asustó, también parecía surrealista.
- ¡Tú no eres un muerto! - me dijo muy molesto con una voz potente y monstruosa, rodeándome y observándome de pies a cabeza como si yo fuese un bicho raro que había invadido su propiedad privada.
- ¿Quién eres, como has llegado hasta aquí? ¡Este lugar está prohibido a los vivos como tú! -
- Mi nombre es Lucio Avellaneda - respondí con mucho temor - y sólo bajé por por curiosidad, luego que vi a un desconocido bajar por esa larga escalera hecho en la misma piedra.
- ¿Lucio Avellaneda? … mmm … me suena ese nombre, creo que tú y yo nos conocemos – me dijo cambiando su semblante de colérico a sonriente.
Traté de imaginarlo sin tanto maquillaje y sin ese horrendo peinado, entonces me atreví a decir :
- ¿Eres tú … Ramón? -
El loco que tenía frente a mí descargó una gran risotada y exclamó :
- ¡Así es, pequeño visitante!, yo era Ramón Fajardo Salvatierra, ahora soy Ramonais, hijo de las tinieblas, el desconocido que viste bajar. Y ya me acordé, tú eres el cabro imbécil que me comí una noche, en mi propia casa, en mi propia cama ¡ JA JA JA ¡ … Y es por eso que estás aquí, has venido por más, sí, por más!!! -
Dicho esto, corrí hacia la entrada, pero Ramón, o mejor dicho, Ramonais, me atrapó por los pies con su látigo, arrastrándome hacia el fondo de la caverna, donde se escuchaban los llantos y los gritos desgarradores con más intensidad.
- ¿Y esas voces, esos quejidos, de quienes son? – pregunté temblando de miedo.
- ¡Esas voces son de los muertos que fueron juzgados y enviados aquí, a sufrir crueles tormentos por toda la eternidad! Ninguno puede salir de aquí, todos están condenados a penar en esta inmensa y bella mazmorra! -
 
En efecto, a lo lejos vi una laguna de lava ardiente donde varios demonios torturaban a los muertos, tirándolos al fuego, violándolos o dándoles latigazos. Todos estaban desnudos, con la piel desgarrada y algunos estaban mutilados. Era una escena dantesca, una pesadilla en la cual yo estaba envuelto. Me arrepentí de mi debilidad, de mi curiosidad, sólo deseaba escapar de allí.
- ¿Y cómo tú sí puedes salir, si también eres un muerto? – pregunté.
- ¡Silencio, insignificante gusano! Yo sí puedo salir porque soy uno de los escogidos por mi líder y maestro –
- ¿Líder y maestro, quien es tu líder y maestro? –
- ¿No lo sabes? Pues, el eterno, el todopoderoso, al que todos adoran y rinden pleitesía ¡ JA JA JA ¡ -
No podía creerlo, ahora ya sabía dónde me encontraba y con quien estaba tratando. Este no era el Ramón que yo conocí y de quien creí estar enamorado, era más bien un demonio, un espeluznante engendro poseído por el mal.
- Ya basta de preguntas insolente enano … ¡¡¡ CREIGEN !!! – gritó a todo pulmón, y a los pocos segundos apareció otro tipo similar a Ramón, con la misma facha de loco maleante.
- ¿Y ésta sabandija quién es? – preguntó el tal Creigen, a lo que Ramonais respondió – Es una de las tantas mariconas que me he comido allá afuera ¡ JA JA JA ¡ - se rieron los dos.
- ¿Eso es lo que soy para ti, una comida, una aventura, un deshecho? - reclamé.
- ¡Peor que eso, eres un pedazo de basura maloliente! – me dijo tomándome del cabello - Cada vez que salgo de este antro lo hago para seducir, violar o asesinar a quien sea, y no me importa cuanto daño cause. Es parte del trato firmado con mi señor y mi dueño, y tú no eres la excepción – yo sabía a quién se refería.
- ¡Y ahora basta de charla, tú has venido por más y te daré el gusto, pedazo de basura! –
 
Entre los dos me sujetaron, eran tan fuertes que no podía zafarme, así que me encadenaron de pie, colgando del techo, y me arrancaron toda la ropa para darme despiadados latigazos, desde todos los ángulos, riendo como locos desenfrenados. Cada latigazo era como un choque de electricidad que me quemaba y me hacía gritar de dolor, pero que a ellos satisfacía y excitaba aún más, viendo correr tanto mi sangre como mis lágrimas en medio de mi desnuda impotencia, como si fuese una piñata a la que se le puede golpear antojadizamente.
- Ya tengo ganas – dio Ramonais – Yo también – agregó Creigen.
Arrojaron sus látigos y estando yo casi desmayado, sentí cómo Creigen me sodomizaba con violencia, sin lubricante. El dolor y el ardor era terrible, además, su pene lo sentía más grande de lo normal, mucho más grande, como si creciera sin parar, y por ello me estaba desgarrando por dentro, lo que hacía más insoportable aún cada arremetida. Al mismo tiempo, Ramonais introducía su enorme lengua dentro de mi garganta, como si fuera una malvada anaconda entrando por mi faringe hasta invadir mi estómago. Me asfixiaba, me sentía morir, cuando Ramonais dijo :
- Ya me aburrí, amarrémoslo al potro de los tormentos y extraigamos sus órganos -
Me desencadenaron, ésa era mi oportunidad, así que agarré una piedra del suelo y les propiné un gran golpe en la cara, tan fuerte que cayeron desmayados al suelo. Les hubiera partido el cráneo, pero hubiera sido inútil, ya estaban muertos, así que aproveché ese desmayo para correr hacia la escalera.
A pesar que ya no tenía fuerzas, subí y subí cada peldaño durante horas, en medio de la total oscuridad. A lo lejos escuchaba la voz de Ramonais gritándome :
- ¡¡¡ Maldito maricón de mierda, te buscaré y te encontraré, lo juro por mi señor que te encontraré maldita basura !!! – ¿Me estaba siguiendo, también él subía las escaleras? No sé, yo sólo subía y subía.
 
Cuando llegué a la mina abandonada, vi que afuera estaba iluminado, o sea que había estado allí abajo como un día entero. Me acordé de aquel cajón con dinamita, así que a duras penas corrí a mi auto y de la guantera saqué un encendedor. Volví a la mina, coloqué el cajón en el segundo escalón y encendí un cartucho. Salí de allí cojeando, lo más rápido posible, y al llegar a mi auto, escuché la tremenda explosión. Vi como la mina se derrumbaba, la entrada había quedado sellada.
 
Ya no me sentía en peligro, así que tranquilamente saqué una muda de ropa de la maletera y me senté en mi auto. Por fin podía descansar, con ganas de dormir, pero no debía hacerlo, debía alejarme cuanto antes de este fatídico lugar repleto de horribles recuerdos.
De vuelta en la carretera, me sentía liberado de aquel estúpido sentimiento que me acarreó tanto problema, sin embargo, lo primero que debía hacer es ir a un hospital para curarme todas las heridas, aunque la herida principal, la de mi alma, demorará mucho tiempo en curarse. Sé que no será fácil olvidar toda esta increíble y horrenda experiencia, pero el tiempo me ayudará, el tiempo lo cura todo.
Ya puedo respirar tranquilo, ya puedo ver claramente el horizonte. Pondré en orden mi vida, regresaré a la clínica para cumplir con mi descanso pactado, lo necesito, y pediré disculpas a mis jefes, prometiendo que en adelante todo será normal, viento en popa.
Y como ya aprendí la lección, no volveré a cometer el mismo error ni nada parecido. Seré lo más bueno que pueda ser para ganarme el cielo y nunca más regresar a ese espeluznante lugar ¡ Lo juro ¡

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2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

very good!