domingo, 24 de enero de 2010


Salir de Lima en mi auto descapotable rumbo a las playas del sur, es justamente lo que necesito para olvidarme del maldito estrés que me produce la rutina del trabajo. La vida capitalina es muy agotadora, pero basta por hoy, sólo pensaré en lo bien que lo pasaré este día, sin presiones, sin apuros, y sin celular, nada de llamadas urgentes. Sólo yo y mi soledad. Así podré apreciar aquellas cosas sencillas, fáciles y agradables que casi nunca disfruto, como este viento que acaricia mis mejillas, juega con mi cabello y desabotona mi camisa.
La carretera está despejada y una excelente canción de moda suena en la radio. Mientras tanto, fumo un cigarrillo, cierro los ojos y tengo la sensación de estar volando, ya que ni siquiera siento los baches.

Yo no sabía de la existencia de esa playa, hasta que en el verano pasado unos amigos organizaron un campamento para recibir allí el año nuevo. Desde entonces me prometí a mí mismo regresar, aunque sea solo. Seguramente que allí podré disfrutar de un buen descanso. Además, ya finalizó la temporada veraniega, por lo tanto, nadie la frecuenta. Me hubiera gustado que mis vacaciones fueran en marzo, pero chamba es chamba. No hay problema, todavía puedo aprovechar algo de este ardiente verano que aún no quiere irse.
Bien, ya llegué ¡fantástico! mi playa preferida, mi lugar secreto. Pequeños cerros la rodean formando una pequeña ensenada que el océano no se cansa de erosionar con su vaivén de mansas olas, y los presurosos cangrejillos tratan de esconderse entre la arena dorada. Es el paraíso de las musas, un regalo de la naturaleza.

Estaciono el auto. Miro a todo lados, no hay nadie alrededor. Tiendo mi toalla en la arena, me pongo las gafas oscuras, me aplico el bloqueador, me siento cómodo, relajado. Los rayos solares calientan mi piel. No es un calor quemante, sino una suave calidez, como la tibieza de una habitación cerrada, con la temperatura suficiente como para quedarme sólo con la truza. Despejo mi mente, aspiro hondo y lleno por completo mis pulmones con este aire puro que transporta el refrescante olor de algas marinas. Escucho el canto de las gaviotas, que en armonía con el ruido del mar, orquestan una sinfonía con sabor a brisa marina. Estoy embelesado, como flotando, me pesan los párpados ...

A lo lejos, entre la espuma, diviso la silueta de alguien emergiendo de las aguas. ¿Será un pirata que perdió su barco? ¿un sireno sobreviviente de la mítica Atlándida? ¿tal vez Neptuno, el dios del mar? ¿un pescador que perdió su embarcación? ¿o simplemente un surfista que perdió su tabla? No sé, pero se dirige hacia mí. Me quito las gafas para verlo bien. Es alto, con la anatomía de un atleta olímpico. Sus pequeños ojos negros, revelan una seriedad carismática, una misteriosa inexpresividad. Sus facciones polinésicas aparentan una dureza metálica, una reciedumbre cinematográfica. El cabello, corto, ondulado y azabache, refleja con destellos azules la brillantez del cielo. Su piel trigueña, está curtida y bronceada. Sus brazos, sus pectorales y su marcado vientre parecen los de un boxeador peso pesado. Sus piernas gruesas, las de un futbolista profesional. Estoy impresionado, no sólo parece la reencarnación de Hércules, también parece un semental hawaiano, o tal vez las dos cosas juntas.

Se acerca y me sonríe, noto sus lujuriosas intenciones. No sé quién es, ni de dónde viene ni qué hace aquí, pero no importa. Nunca he estado con un hombre así, y éste es el momento que tanto he esperado.
Acto seguido, se despoja de la truza, revelando lo oculto : duro como una roca, venoso como un brazo haciendo fuerza, rodeado de una abundante maraña de pelos, y dos bolsas contundentes que lo adornan, como las ruedas de un poderoso cañón listo a disparar. No sé si podré resistirlo, pero no importa, me someto, que haga lo que quiera, soy su esclavo, su objeto sexual y él mi amo, mi verdugo. Cierro los ojos, siento su gigantesco cuerpo encima mío, abrazo su carne mojada y caliente, sus potentes tentáculos aprisionan mi cintura como una camisa de fuerza, sus labios agresivos toman por asalto los míos, enredando nuestras lenguas, rebalsando nuestras salivas. Me despego de sus fauces, muerde mi cuello, succionándolo, como un vampiro, trepanando mi yugular, robándome la sangre. Devora lentamente mis tetillas, mi vientre …
Se echa boca arriba y me invita a saborear su fruta, grande, gruesa, firme, carnosa y muy jugosa, lo introduzco en mi boca, sus pelos se enredan en mi lengua. Sabe a carne dulce, y el agua de mar le da ese toque saladito. Sigo desgranando su gran mazorca dorada, dura, inmensa, a punto de reventar.
Me voltea boca abajo, saborea mi nuca, siento su traviesa lengua bajando por toda mi columna vertebral, pintando eléctricas sensaciones, como una áspera brocha que desgarra el lienzo de mi espalda hasta llegar a mi cintura. Sigue bajando, castiga mis nalgas, con sus dedos hurga en mi orificio, con su lengua humedece mis pliegues, como hace un perro con la perra cuando están en celo. Ya estoy listo, cualquier cosa puede suceder.

Entonces me invita a sentarme en su trono real. No puedo evitar el dolor, es demasiado, siento que me rompe, que me parte en dos, pero no me resisto, al contrario, me adapto, lo soporto, y el dolor poco a poco desparece, hasta que sólo queda el placer de la sensación, del cosquilleo, ejerciendo el delicioso sube y baja, como una película porno en cámara lenta. Siento cómo resbala dentro mío, suavemente, mientras que con mis manos me sostengo en sus grandes pectorales, y con mis piernas aprieto sus caderas.
De repente, dominado por el instinto animal, mi vikingo salvaje se levanta intempestivamente, arrojándome sobre la arena, entonces coloca mis piernas sobre sus hombros, y de un solo empujón, siento el impacto brutal de su ariete encajando perfectamente en mi hambrienta profundidad. La locomotora de su pelvis acelera con fuerza hasta convertirse en un incansable taladro que me perfora sin misericordia. Estoy doblado en dos, mis rodillas tocan mis mejillas, me falta el aire, no puedo moverme, estoy atrapado bajo sus músculos de granito, sólo siento que entra y sale, entra y sale, no tiene cuándo acabar, mi corazón va a estallar, auxilio, que alguien me libere de esta tortura ...

Cuando estoy al borde del desmayo, me coloca boca abajo, sus pectorales besan mi espalda, nuestros cuerpos se adhieren, como dos manos que se entrelazan, presionando y cediendo, arrastrando y gozando, traspasándome con más fuerza una y otra vez con su estaca de carne, sintiendo la enérgica estocada de su espada hundiéndose en lo más sensible de mis entrañas. Sus frenéticas sacudidas se convierten en una salvaje danza africana que dura toda una eternidad. Yo abro mis piernas lo más que puedo, mis nalgas resisten el embate de sus titánicas arremetidas, nuestros corazones se aceleran, la respiración aumenta, el calor nos agobia, no soporto más la fricción, quiero que termine, pero me siento atrapado bajo esa masa de músculos obsesionados por el placer, que me arrancan quejidos casi imperceptibles, mezclándose con sus jadeos de toro excitado. Poco a poco, en un arranque de éxtasis, mi loco jinete va frenando su fogosa cabalgata, con espasmos sucesivos, hasta romperse el dique, e inundarme, con todo su clímax, con toda su lujuria, exhalando el suspiro final, el jadeo final ...

Vencidos por el agotamiento, nos entregamos al descanso. El, mirando al cielo y ofreciéndome su brazo como almohada. Yo, jugando con los vellos de su pecho, contando sus latidos, hasta quedar laxados, sumidos en un profundo sueño ...

El agua del mar roza mis pies y me despierta. Es la marea que está subiendo. Se hace tarde y siento frío. Me dan ganas de sentir el calor de mi semental hawaiano, quiero hacer el amor otra vez, pero él no está a mi lado. Tampoco está en los alrededores, ni en medio de las olas. Yo no estoy desnudo, aún estoy con mi truza. Entonces comprendo ... ¡todo fue un sueño! ... parecía tan real. De hecho, es el mejor sueño que he tenido.

Bueno, la marea alta y el sol ocultándose en el horizonte me avisan que ya es tiempo de irse, pero algún día volveré. Este es el mejor lugar para descansar y soñar, y espero que el misterioso sireno me visite otra vez.
...

1 comentario:

will dijo...

Q buena alucinada, eh ! aunq conozco a muchos q suelen sonar lo mismo . Sigue explorando lo mas profundo de tus entrañas q aun puedes dar mas , exitos amigo




will